lunes, 16 de abril de 2012

¿Y si el Rey estuviera gagá y Rajoy fuera un incompetente?


El curioso incidente del monarca en Botswana tiene más facetas que un diamante bien tallado.

La primera, la absoluta falta de sensibilidad social de un rey que, en unos momentos de depresión económica sin precedentes, se da el lujazo de irse de cacería a un país africano.

La segunda, lo que es muy grave y a cualquier cargo público le costaría el puesto, que ese viaje se lo haya pagado un grupo de empresarios que viajaron con él en un avión privado y cuyos nombres, no me puedo explicar por qué, no han trascendido. Salpicada como está la monarquía por corruptelas varias, esto es a estas alturas inaceptable.

La tercera, que el sentir placer por la caza mayor, que de habitual consiste en ejecutar a un bicho que otro te pone a tiro, hace cuestionarse a qué lado de la escopeta está el más animal de los dos.

La cuarta, que la caza sea de elefantes, un animal que goza en casi todos los países en los que habita, de una protección especial. Y ello independientemente de que la caza sea uno de los medios de gestión de los parques nacionales para evitar la sobrepoblación de algunas especies que no pueden ser abatidas por los depredadores y que no tienen la salida de expandirse por otros territorios.

La quinta, que el presidente de honor de WWF sea un conspicuo cazador.

La sexta, que no es la primera vez que se le pilla al rey en una de estas: recordemos el oso borracho de Rusia.

La séptima, que el rey no puede poner en peligro la cohesión social de este país por darse un caprichito fuera de lugar en el fondo, en la forma y en razón de su casi octogenaria edad.

La octava, que el rey fuera a Botswana no sólo para cazar elefantes, sino también a alguna conejita de dos patas con quien ya se le había relacionado en el pasado.

La novena, que en su comportamiento privado (si es que lo tuviera, que yo lo dudo), el rey actúe con total desprecio al sentir general de los españoles, que consideran execrables este tipo de actividades.

Y la décima, y quizás la más importante, que el gobierno de España, que ahora está lleno de listos, no se hubiera dado cuenta de que el rey había salido de viaje y para qué.

Con todo esto (y seguramente con algo más), el rey ha demostrado que, a día de hoy, carece de capacidad para ejercer la jefatura de un estado como el español, quizás de mayoritaria ideología republicana pero de convicción juancarlista.

Yo, como puede suponerse, estoy en contra de la caza. Me parece que ese placer por matar que experimentan los cazadores deberían hacérselo mirar por un especialista, pero aun así, reconozco que el rey debe ser cazador. Y debe serlo porque no puede dejarse de lado la posibilidad de relacionarse socialmente con los típicos satrapillas que gozan con esta actividad. Debe ser cazador, esquiador, golfista, navegante, sportsman en general, para poder alternar en cualquier ocasión con quien sea necesario. Pero de ahí a que organice su vida y la de su país en torno a esas aficiones va un trecho.

Por otro lado, el pensar que el rey puede disponer de su vida privada a su antojo, creo que es desconocer su papel y las circunstancias en las que lo asumió y lo ejerce. Un rey no tiene que someterse a elecciones cada cuatro años, sino cada día. Ésa es la servidumbre que tiene tan alta dignidad (¿y si la cadera se la hubiera roto en un local de alterne en Bangkok?).

Y aquí es donde entramos en la responsabilidad del gobierno de Rajoy: si autorizaron el viaje malo, pero si lo desconocían, peor. Alguna cabeza tiene que rodar (y lo digo en sentido figurado, que cuando se habla de monarquía y de rodar cabezas, alguien puede querer ser demasiado literal). Esto por un lado. Por el otro, el Gobierno de España no puede dejar con el culo al aire al Jefe del Estado: si éste se ha ido sin permiso, no debe reconocerlo así, sino lavar ese trapo sucio en casa y adoptar las medidas necesarias para que el rey no vuelva a hacer de su capa un sayo (esas medidas debería haberlas tomado hace tiempo para prever estos y otros conocidos desvaríos de Don Juan Carlos).

Comparto al cien por cien las declaraciones de Tomás Gómez, seguramente el único que ha hablado con sensatez y firmeza en este asunto. Al rey le quedan cada vez menos años por vivir, y seguramente tiene derecho después de sus grandes e innegables servicios a España (por otro lado bien retribuidos), a elegir cómo quiere pasarlos. Pero si su elección es incompatible con la alta dignidad que su puesto requiere, tiene que abdicar en su hijo, lo cual no es ninguna tragedia ni ningún desdoro. Así, podrá ganarse el derecho a una vida privada que yo, desde luego, al Rey de España no le reconozco.

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