lunes, 28 de noviembre de 2011

Hemos perdido el centro. ¡Por fin!

Las elecciones las gana quien gana el centro. Eso es lo que dicen y en esa estrategia se diseñan, no sólo las campañas electorales, sino también, parece ser, las acciones de gobierno.

No voy a entrar a discutir si esto es cierto o no, pero, en cualquier caso, aquella afirmación es incompleta, al menos para el Partido Socialista. Porque si es verdad que las elecciones se ganan con los votos de centro, no lo es menos que se pierden por la izquierda; en especial con los votos que no depositan en las siguientes elecciones los votantes de izquierdas desencantados de las políticas tibias (y a veces más que tibias) de los gobiernos socialistas.

Vistos los análisis publicados por los medios de comunicación sobre a quiénes han ido los votos del PSOE y de dónde han venido los del PP, parece que hay dos realidades incontestables: por la izquierda se han ido a la abstención y a Izquierda Unida (aparte de a algún otro partido minoritario), y por la derecha a UPyD. Los que han ido al PP (que sólo ha obtenido 500.000 votos más que en las elecciones anteriores), son muy poquitos, gracias a la irrupción del partido de Rosa Díez, que se está haciendo hueco como partido de centro, o, mejor dicho, como refugio de los centristas que votan ocasionalmente al PSOE y de los centroderechistas que no comulgan con los rancios pronunciamientos del PP en cuestiones sociales.

De continuar esta tendencia, se abre un panorama en el que el PP pasará a ser el partido de derechas sin complejos que anhelan muchos de sus votantes, UPyD el partido de centro con el objetivo de convertirse en bisagra (como todos los partidos de centro que en el mundo han sido –salvo la UCD de los primeros tiempos), y el PSOE, por fin, el partido que dé respuesta de una vez por todas a las demandas ya inaplazables del votante de izquierdas de este país.

Por eso yo me alegro de la irrupción de UPyD, en cuyo favor (y por ser de estricta justicia también) hay que reformar la Ley Electoral para que todos los votos valgan lo mismo. Lo mismo cabe decir de la tradicional sub-representación de Izquierda Unida, que ha dejado de ser perjudicada por la llamada al voto útil contra el PP. (Y con esta reforma, de paso, terminar con la dependencia de partidos nacionalistas periféricos para garantizar la gobernabilidad de España).

Y es que yo no estoy seguro de que sea beneficioso para el PSOE (para el socialismo desde luego que no) esa denodada lucha por un centro político voluble y que condiciona alguna de las señas de identidad del socialismo español. Porque, ¿cómo es posible que tras dos décadas y seis legislaturas de gobiernos socialistas todavía tengamos pendiente de resolución cuestiones como la correcta ubicación de la Iglesia Católica en la vida pública española o la laicidad de la enseñanza?

Los gobiernos del PSOE han significado siempre un enorme avance en cuestiones sociales respecto de los grises periodos gobernados por la casposa derecha española. Por eso da más rabia que, tras cada uno de los dos periodos de gobierno del PSOE, tengamos la sensación de que hemos perdido por haber decepcionado a “los nuestros” o, como se suele decir desde la cúpula del partido, “por no haber sabido explicar nuestra acción de gobierno”.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Todos los días pasa un tonto por la estación de Atocha.

Las inmediaciones de la estación de tren de Madrid han sido siempre escenario de timadores que, faltos de escrúpulos, se aprovechaban de los pobres paletos que, con su maleta de cartón atada con una cuerda, venían a la capital a intentar buscarse la vida escapando de las penurias del mundo rural. Ingenuos como eran, no dudaban en dar crédito a trucos tan viejos como la estampita o el tocomocho. Nos sorprende que todavía en nuestros días, estos mismos timos, tan soberbiamente interpretados por Tony Leblanc en el cine español, sigan teniendo éxito, pero no debería extrañarnos cuando el fundamento de los mismos es la cómplice maldad de quien finalmente acaba cayendo en ellos. Por eso mismo no compadecemos al timado, cuyo propósito inicial era aprovecharse de otro que se presentaba ante él en una posición de necesidad. Esto es lo que diferencia los timos clásicos de otras estafas más modernas y elaboradas: en aquéllos se castiga la codicia; en éstas se penaliza sólo la ingenuidad.

Mariano Rajoy comparece a las elecciones no como un timador clásico que busca la corrupción moral del engañado, sino como uno de esos taimados estafadores modernos que embaucan al personal con promesas vanas sin siquiera requerir de ellos esa complicidad que les hace tan moralmente execrables como a quienes finalmente acaban obteniendo el provecho económico que arteramente prometen. Se ha presentado ante nosotros con la desfachatez de pedirnos el voto sin decir una palabra de lo que va a hacer con él. Y, parece ser, una gran mayoría de españoles está dispuesta a dárselo.

Es curioso que, lo que en otros órdenes de la vida nunca haríamos, en política estamos dispuestos a aceptar. Porque, ¿quién entregaría su hijo a un desconocido que un día se presenta ante su puerta sólo basándose en la absurda promesa de que va a hacer con él lo que al niño más le conviene? ¿Y si ese desconocido viene, además, con el único aval de unos correligionarios que en otras partes ya han mostrado sus insanas perversiones?

El Partido Popular nos pide el voto sin desvelar ni una sola de sus intenciones. Y yo acepto que a quienes sean irremediablemente peperos y a quienes intuyan que se van a ver beneficiados económicamente por su política (porque siempre lo han sido), les parezca bien. Pero todos aquellos que no son ciegos partidarios ideológicos de la doctrina aznarista, tienen que hacerse valer un poco y exigir un mínimo compromiso, especialmente los que saben perfectamente que la clásica política del PP de convertir en el negocio de unos pocos lo que es derecho de todos les va a perjudicar económicamente.

Porque en estos tiempos de imperio rampante de los mercados y de retorno de las políticas económicas thatcherianas, tenemos que aprender de la derecha: dejar de lado ideologías y votar pensando en el bolsillo. Pero en el nuestro, no en el suyo.

martes, 8 de noviembre de 2011

El debate del debate.

Curioso mundo éste en el que lo más importante de un debate entre los dos candidatos a Presidente del Gobierno de la Nación (ahí es nada) para los próximos 4 años, es discutir sobre quién lo ganó.

Porque esto no es un partido de fútbol, en el que gana quien termina los noventa minutos con el marcador a su favor. No. Aquí hay que establecer unos parámetros, más o menos subjetivos, para dar un veredicto.

Un ingenuo podría pensar que quien tiene un buen programa y lo presenta mejor es el que gana. Pero ingenuos quedan pocos (o muchos: ya veremos el 21 de noviembre). Parece que de lo que se trata es de ver quién se sale con la suya: Rubalcaba de justificar la política del anterior gobierno y de presentarse para el futuro como el garante de la conservación de las conquistas sociales de los trabajadores, y Rajoy de mantener oculto su programa, de no decirnos que va, como suele hacer la derecha, a gobernar para los que lo necesitan menos.

Los medios hoy, en general, dicen que fue Rajoy quien mejor lo hizo, esto es, que logró salir del debate sin desvelar uno solo de los cogotazos que nos tiene preparados para la próxima legislatura. Y para ello no tuvo reparos en decir que él no se había leído su propio programa (eso ya lo sabíamos todos: la única lectura que se le reconoce en los últimos años es el Marca).

Y ahora, ya que no hay más debates, a los ciudadanos nos toca elegir: al aclamado como ganador del debate, o a quien sólo ha conseguido sacarle al otro que ni se ha leído su propio programa ni le interesa lo más mínimo lo que ponga en él.

Queda un último esfuerzo para que los tres millones de españoles que dicen que irán a votar pero que no saben (o no quieren decirlo) a quién, reflexionen sobre qué partido está en condiciones de garantizar mejor que el tránsito por los años duros no se va a hacer recortando derechos, y sobre qué partido va a aprovechar la coyuntura para terminar con las conquistas sociales de los ciudadanos y, de paso, hacer objeto de negocio todas y cada una de ellas. Tampoco estaría de más esta reflexión en los presuntos izquierdistas que nunca votan porque todos son iguales (de los anarquistas de derechas mejor no hablar, porque éstos sí que cada cuatro años son fieles a la llamada del cornetín pepero).

Habida cuenta de que en Madrid la Espe sigue sacando mayoría absoluta pese a las barrabasadas que viene haciendo legislatura tras legislatura, yo no soy muy optimista en lo que al número de ingenuos se refiere...